Espacios y Maestros
Antonio Bernat Montesinos
abernat@unizar.es
Ser “trapero del tiempo”
Al denominar este blog personal con
el título de “Trapero del Tiempo” evoco a uno de los intelectuales que más me
impactaron en mi juventud: el Dr. D. Gregorio Marañón, médico, catedrático de
endocrinología y uno de los promotores de la II República. Autor de muchos
libros sobre personajes y momentos históricos, Marañón se veía a sí mismo como
un “trapero del tiempo”, ya que aprovechaba todos los resquicios que le dejaban
sus múltiples tareas profesionales y políticas para investigar y escribir textos
memorables. Admiré su capacidad de penetración psicológica, biológica y social para
interpretar la personalidad y el comportamiento de conocidos actores de nuestra
historia, así como para desmitificar de modo original a personajes literarios universales.
Recuerdo y conservo sus obras, publicadas en la entrañable colección de
bolsillo “Austral” de la Editorial Espasa-Calpe, que abrieron nuevas y
apasionantes perspectivas analíticas: el estudio de la timidez en Amiel, el
comportamiento afectivo de Enrique IV Trastámara, lo que subyace en el donjuanismo,
la querencia patológica al poder en el conde-duque de Olivares, el drama del
exilio en Luis Vives, la controversia y el enfrentamiento cainita en la época
de Felipe II, el resentimiento en Tiberio, etc.
En los últimos decenios ser
“trapero del tiempo” puede atribuirse al profesorado universitario que se
resiste al progresivo encorsetamiento de la poderosa burocracia académica y que
es renuente a seguir con docilidad muchas modas metodológicas que, presentadas
como innovadoras, esconden con frecuencia bajo discursos vacíos una filosofía conductista
pobre y un recetario de procedimientos obligatorios, impropios de la
Universidad, que nunca debería renunciar a ser el referente universal del
pensamiento y de la libertad. Encerrados en una jaula de hierro burocrática y
metodológica, el profesorado se ve constreñido a cumplir y a desperdiciar buena
parte de su tiempo en rituales y en el cumplimiento de un papeleo sin sentido, en
menoscabo del que tiene que dedicar al estudio sereno, a la investigación desinteresada,
a la comunicación libre, así como a la apertura a horizontes que definen la
razón profunda de la educación: la formación de ciudadanos emancipados, la
inter y la transdisciplinariedad, la universalidad y la cultura.
La elaboración de exhaustivas guías
y materiales didácticos, que implican una cosificación y cuantificación del
saber, y la construcción de una carrera profesional condicionada por las
exigencias meritocráticas de las agencias de acreditación, que la reducen a una
acumulación de artículos y publicaciones en revistas con determinados índices de
impacto, exige a los profesores una dedicación casi total y angustiosa para
presentar un curriculum personal que demasiadas veces menoscaba su biografía.
En este contexto, deben
aprovechar el poco tiempo que les queda para desarrollarse personal y
profesionalmente en beneficio de una enseñanza vivenciada, totalmente reñida
con el seguimiento dócil y mecánico de unas programaciones prescritas, para
crear trabajos que desborden el siempre estrecho marco de su especialización y
para abrirse al mundo de la cultura y al compromiso social. Los profesores que
han tenido como modelo ideal a los maestros krausistas de la Institución Libre
de Enseñanza y que intentan ser fieles a su “sacerdocio laico”, que implica una
dedicación plena y desinteresada, un compromiso con una pedagogía que hace
pensar y una búsqueda de saberes emancipadores, deben aprovechar los exiguos
resquicios que les deja la burocracia hegemónica y cuantificadora. Es decir, se
convierten necesariamente en verdaderos “traperos del tiempo”.
Situación similar también la
sufren los profesionales de otros niveles y modalidades de enseñanza -maestros
de infantil y primaria, profesores de secundaria y formación profesional y
orientadores-, que se ven compelidos a acomodar sus tareas a lo dictado por unas
administraciones educativas cada vez más alejadas de las aulas y que, prisioneras
de una mentalidad gerencialista y burocrática, menoscaban la autonomía del
docente mediante la imposición de determinados lenguajes, en función de variantes
modas con presunción de aval psicológico o pedagógico, y que colonizan el tiempo del educador al que obligan al cumplimiento de agobiantes normativas y protocolos de actuación.
Los profesores que entienden que su autonomía profesional y personal es
determinante para formar a alumnos que piensen, que sean sensibles, que descubran
el placer de saber y descubrir, en la mejor tradición histórica de la
pedagogía, deben aprovechar el poco tiempo que le deja la burocracia para
desarrollarse profesional y personalmente. Han de convertirse necesariamente en
“traperos del tiempo”.
Sobre el autor de blog
Nací en
Barcelona a mediados de 1945, un año históricamente memorable. Cuando en enero
el ejército soviético liberó los campos de concentración y exterminio producidos
por la barbarie nazi, el mundo conoció el drama del Holocausto, de la Shoá. En
agosto del mismo año el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y
Nagasaki puso término formal a la sangrienta II Guerra Mundial. Unos
acontecimientos altamente simbólicos que configuran dos de las grandes
cuestiones éticas y políticas de la Historia de la Humanidad de los siglos XX y
XXI: por un lado, hasta dónde puede llegar la crueldad de unos seres
despiadados y fanáticos capaces de construir universos concentracionarios y de aniquilación
y, por otro, las consecuencias de una ciencia sin consciencia puesta al
servicio de la destrucción, de la muerte, de la manipulación y de la cosificación
de los seres humanos, y que desconoce todo compromiso emancipador.
En Barcelona
viví mi infancia y juventud y en esta ciudad cursé mis estudios académicos. Soy
Maestro y Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona. En
virtud de oposición, catedrático de Pedagogía y de Didáctica y Organización
Escolar en la Escuela Normal de Álava, en las Escuelas Universitarias del
Profesorado de Álava (dependiente entonces de la Universidad de Valladolid) y
de Zaragoza. Director de estos dos centros universitarios, así como del Departamento
de Ciencias de la Educación de la Universidad de Zaragoza (Facultad de
Educación). He coordinado en esta Universidad el Máster de Investigación en “Aprendizaje a lo largo
de la vida en contextos multiculturales”, así como los doctorados
“Instituciones educativas: Génesis y modelos de investigación e
interpretación”, “Ciencias de la Educación y Didácticas Específicas” y el
Programa de “Doctorado en Educación” en el marco del Espacio Europeo de Educación Superior.
Mis trabajos
de investigación y mis publicaciones se han centrado fundamentalmente en las
implicaciones ideológicas de las políticas educativas, la entidad filosófica
del lenguaje pedagógico y los modelos de formación de profesorado.
A lo largo de
cuatro decenios he tenido ocasión de vivir reformas y momentos interesantes en
la política educativa española, algunos apasionantes y otros desesperantes,
pero siempre paradójicos, tímidos y decepcionantes. En muchos de ellos he tenido una modesta responsabilidad
y participación, con esperanza siempre y demasiadas veces con frustración.
Actualmente
jubilado, sigo viviendo en Zaragoza y en Barcelona y, afortunadamente, como Goya
titula su conocido dibujo, “aun aprendo”.
En mi vida
intelectual he tenido la gran suerte de encontrarme en variados espacios con
muchas personas, profesores y alumnos que han abierto y enriquecido mi manera
de entender la realidad y que creo que me han hecho mejor persona. Ellos, sin
duda, han sido mis verdaderos maestros. Son mis maestros de vida y también de
esperanza.